Los primeros Misterios que recuerda
la historia son los de Samotracia. Después de la distribución del fuego puro,
empezaba una nueva vida. Era el nuevo nacimiento del iniciado, mediante el
cual, como los antiguos brahmanes de la India, se convertía en un “dos veces
nacido”.
Dice
Platón en su Fedro (1):
Iniciado en el que con justicia puede llamarse
el más bendito misterio... siendo nosotros puros.
Diodoro,
Sículo, Herodoto y Sanchoniathon el fenicio (los historiadores más antiguos),
dicen que el origen de estos Misterios se pierde en la noche de los tiempos y
se remonta a millares de años, antes probablemente de la época histórica.
Cuenta Jámblico que Pitágoras “fue iniciado en todos los misterios de Biblo y
Tiro, en las sagradas ceremonias de los sirios y en los misterios de los
fenicios” (2).
Según
se dijo en Isis sin Velo (I, 287):
Cuando hombres de tan notoria moralidad como
Pitágoras, Platón y Jámblico tomaron parte en los Misterios y hablaban de ellos
con veneración, hacen mal los modernos críticos en juzgarlos tan sólo por las
apariencias.
Sin
embargo, esto es lo que hasta ahora ha hecho la crítica, y especialmente los
Padres de la Iglesia. Clemente de Alejandría abominade los misterios “obscenos
y diabólicos”, si bien en otros pasajes de sus obras, ya citadas en ésta,
afirma que los misterios eleusinos eran idénticos a los judíos y aún quisiera
él alegar que tomados de estos.
Constaban
los Misterios de dos partes. Los menores se cumplían en Agrae y los mayores en
Eleusis; y el mismo San Clemente fue iniciado en ellos. Pero las Katharsis o
pruebas de purificación, se han entendido mal siempre. Lo que de ello dice
Jámblico, que es lo peor, debiera satisfacer a quienes no estén cegados por el
prejuicio.
Las representaciones de esta clase en los
Misterios tenían por objeto librarnos de las pasiones licenciosas recreando la
vista, y al mismo tiempo vencer todo mal pensamiento mediante la temerosa
santidad que acompañaba a los ritos.
El Dr. Warburton observa:
Los más sabios y mejores
hombres del mundo pagano, están acordes en que los Misterios se instituyeron
con toda pureza para lograr los más nobles fines, por los más meritorios
medios.
Aunque en los Misterios se
admitan personas de toda condición y sexo, y aun era obligatorio participar en
algo de ellos, muy pocos alcanzaban en verdad la suprema y final iniciación.
Proclo da los siguientes grados de los Misterios en el cuarto libro de su Teología de Platón. Dice:
El rito perfecto precede en orden a la
iniciación llamada Telete, muesis, y
a la epopteia o revelación final.
Teón de Esmirna en su obra Mathematica, divide también los ritos
místicos en cinco partes:
La primera es la
purificación preventiva; porque los misterios no se comunican a cuantos quieren
conocerlos; sino que hay algunas personas a quienes previene la voz del
pregonero... pues para que a los tales no se les excluya de los misterios es
necesario que sufran ciertas purificaciones, a las que sucede la recepción de
los sagrados ritos. La tercera parte se llama epopteia o recepción. Y la cuarta, que es el fin y propósito de la
revelación, es (la investidura), con el vendaje de la cabeza y la fijación de
las coronas (3)... después de esto el iniciado desempeña el oficio de
antorchero, o cualquiera otra servidumbre sacerdotal. Pero la quinta parte,
producto de todas éstas, es la amistad e
interior comunicación con Dios. Éste era el último y más importante
misterio (4).
Los Misterios, tildados de
diabólicos por los Padres de la Iglesia, y ridiculizados por autores modernos,
fueron instituidos con los más nobles y puros propósitos. No hay necesidad de
repetir aquí, pues ya se dijo en Isis sin
Velo (II, 111, 113), que ora en el templo de la iniciación, ora mediante el
estudio privado de la teurgia, todos los estudiantes adquirían la prueba de la
inmortalidad de su espíritu y de la supervivencia de su alma. Platón alude en Fedro a lo que era la última epopteia, diciendo:
Una vez iniciados en estos misterios, que
verdaderamente pueden llamarse los más santos de todos... quedábamos libres de
las excitaciones de los demonios que nos asaltaban periódicamente. También a
causa de esta divina iniciación nos
convertíamos en espectadores de sencillas, inmóviles y benditas visiones, que
aparecían en una pura luz (5).
Esta velada confesión,
indica que los iniciados disfrutaron de la teofanía, es decir, vieron visiones
de dioses y de espíritus inmortales. Según acertadamente infiere Taylor:
La parte más sublime
de la epopteia o revelación final,
consistía en contemplar a los dioses (6) revestidos de esplendente luz (7).
La
afirmación de Proclo sobre el particular disipa toda duda:
En todas las
iniciaciones y misterios, se aparecían los dioses en diversidad de formas. Unas
veces se ofrece a la vista una informe luz de ellos, otras la luz toma formas humanas (8), y otras aparece en
distinta modalidad.
Por otra parte:
Todo cuanto en la
tierra existe es semejanza y sombra de algo que está en la esfera; y mientras
esta resplandeciente cosa (el prototipo del Alma-Espíritu) permanece en inmutable condición, lo mismo le sucede
a su sombra. Cuando esta resplandeciente cosa se aparta de su sombra, la vida
se aleja de la sombra. Además, esa luz es a su vez la sombra de algo más
resplandeciente todavía que ella (9).
La segunda afirmación de
Platón corrobora que los misterios de los antiguos eran idénticos a los que
todavía practican hoy los buddhistas y los adeptos indos. Las más sublimes y
verdaderas visiones se obtenían mediante la regulada disciplina de iniciaciones
graduales, y el desenvolvimiento de las facultades psíquicas. En Egipto y Grecia los Mystae se ponían en íntima
unión con los que Proclo llama “naturalezas místicas” y “dioses
resplandecientes”, porque, como dice Platón:
Éramos puros e inmaculados, libres de esta circundante
vestimenta a que llamamos cuerpo, y al que estamos apegados como la ostra a su
concha (10).
Dice Isis sin Velo (11), en cuanto al Oriente:
La doctrina de los
Pitris planetarios y terrenos, únicamente se revelaba en la antigua India, como
también ahora, por completo, en el
postrer momento de la iniciación y a los adeptos de grados superiores.
Examinemos ahora la palabra Pitris y digamos algo más de ella. En
India, el chela del tercer grado de iniciación tiene dos gurus o maestros: uno,
el adepto en carne mortal; otro, el descarnado y glorioso mahâtma, que desde
los planos superiores advierte e instruye hasta a los elevados Adeptos mismos.
Pocos son los discípulos aceptados que ven tan siquiera a su maestro viviente,
a su guru hasta el día y hora de su definitivo y perpetuo voto. Esto significa lo
que en Isis sin Velo se dijo al
afirmar que pocos de los fakires (12),
“por mucha que sea su pureza, castidad y devoción, han visto la forma astral de
un pitar (13) humano antes del
momento de su primera y final iniciación. En presencia de su instructor, de su
guru, y precisamente antes de que el vatou-fakir
[el chela recién iniciado] sea enviado al mundo de los vivientes, con su varita
de bambú de siete nudos por toda protección, es cuando se le coloca repentinamente
frente a frente de la PRESENCIA desconocida [de su Pitar o Padre, el Maestro
invisible glorificado, o desencarnado Mahâtma]. La ve y se postra a los pies de
la impalpable forma; pero no se le confía todavía el gran secreto de su elevada
evocación, que es el supremo misterio de la santa sílaba.
Los
atlantes importaron los misterios en la América central y meridional, en el
Norte de Méjico y en el Perú, en aquellos tiempos en que:
Un peatón desde el Norte [de lo que un tiempo
fue también la India] pudo alcanzar a pie enjuto la península de Alaska a
través de la Manchuria, del futuro
golfo de Tartaria, las islas Kuriles y Aleucianas; mientras que otros viajeros,
procedentes del Sur, podrían pasar por Siam cruzando las islas de Polinesia y
yendo a pie al continente sudamericano (18).
Subsistían
los misterios en la época de la invasión de los españoles, quienes destruyeron
los anales de Méjico y Perú, aunque no pudieron profanar las muchas pirámides
(logias de una antigua iniciación), cuyas ruinas se ven esparcidas en Puente
Nacional, Cholula y Teotihuacan. De sobra conocidas son las ruinas de Palenque,
Ococimgo en Chiapa, y otras poblaciones precolombinas de Centro América. Si las
pirámides y templos de Guiengola y Mitla alguna vez revelan sus secretos, la
presente Doctrina demostrará que fue una precursora de las mayores verdades de
la Naturaleza. Entretanto bien pueden llamarse todos esos lugares Mitla, “lugar triste” y “morada de los
muertos” (profanados).
fragmentos Doctrina Secreta
Helena P. Blavatsky