Pero, finalmente, me parece haber comprendido por qué es el
hombre el más afortunado de todos los seres animados y digno, por lo tanto, de
toda admiración. Y comprendí en qué consiste la suerte que le ha tocado en el
orden universal, no sólo envidiable para las bestias, sino para los astros y
los espíritus ultramundanos. ¡Cosa increíble y estupenda! ¿Y por qué no, desde
el momento que precisamente en razón de ella el hombre es llamado y considerado
justamente un gran milagro y un ser animado maravilloso?
Pero escuchen, oh padres, cuál sea tal condición de grandeza
y presten, en su cortesía, oído benigno a este discurso mío.
Ya el sumo Padre, Dios arquitecto, había construido con
leyes de arcana sabiduría esta mansión mundana que vemos, augustísimo templo de
la divinidad.
Había embellecido la región supraceleste con inteligencia,
avivado los etéreos globos con almas eternas, poblado con una turba de animales
de toda especie las partes viles y fermentantes del mundo inferior. Pero,
consumada la obra, deseaba el artífice que hubiese alguien que comprendiera la
razón de una obra tan grande, amara su belleza y admirara la vastedad inmensa.
Por ello, cumplido ya todo (como Moisés y Timeo lo testimonian) pensó por
último en producir al hombre.
Entre los arquetipos, sin embargo, no quedaba ninguno sobre
el cual modelar la nueva criatura, ni ninguno de los tesoros para conceder en
herencia al nuevo hijo, ni sitio alguno en todo el mundo donde residiese este
contemplador del universo. Todo estaba distribuido y lleno en los sumos, en los
medios y en los ínfimos grados. Pero no hubiera sido digno de la potestad
paterna el decaer ni aun casi exhausta, en su última creación, ni de su
sabiduría el permanecer indecisa en una obra necesaria por falta de proyecto,
ni de su benéfico amor que aquél que estaba destinado a elogiar la munificencia
divina en los otros estuviese constreñido a lamentarla en sí mismo.
Estableció por lo tanto el óptimo artífice que aquél a quien
no podía dotar de nada propio le fuese común todo cuanto le había sido dado
separadamente a los otros. Tomó por consiguiente al hombre que así fue
construido, obra de naturaleza indefinida y, habiéndolo puesto en el centro del
mundo, le habló de esta manera:
-Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un
aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar,
el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu
intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está
constreñida por las precisas leyes por mí prescriptas. Tú, en cambio, no
constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el arbitrio a cuyo
poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más
cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno,
ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice
de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás
degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte,
según tu ánimo, en las realidades superiores que Son divinas.
¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suma y admirable suerte
del hombre al cual le ha sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que
quiera!
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