Así decía en la página siguiente:
Hace notar Lepsius que la palabra Nofre significa Chresto (bueno), y que “Onnofre”, uno de los nombres de Osiris, debe traducirse por “la bondad de Dios manifestada”. Según Mackenzie, “la adoración de Christo no fue universal en los tiempos primitivos”, es decir, “que no se había introducido aún la Christolatría; pero la adoración de Chrestos, o el principio del bien, precedió de algunos siglos al cristianismo y aun subsistió después del general establecimiento de esta religión, según demuestran muchos monumentos todavía en pie... Además, hay una lápida epitáfica correspondiente a la época pre-cristiana (2), que dice:
..... ..... .....
En su obra Roma subterránea (3) nos da Rossi otro ejemplo en una inscripción de las catacumbas que dice: Elia Chreste, in Pace (4).
La autora puede hoy añadir a todos estos testimonios el de un erudito escritor, que apoya su opinión en demostraciones geométricas. En El Origen de las Medidas, cuyo autor acaso no haya oído hablar del “misterioso dios” Vishvakarman de los primitivos arios, hay pasajes muy curiosos por sus explicaciones y notas. Al tratar de la diferencia entre los términos Chrestos y Christos, concluye diciendo:
Hubo dos Mesías. Uno que descendió al abismo para salvar al mundo. Éste era el Sol desposeído de sus áureos rayos, y coronado de espinas como símbolo de dicha pérdida. El otro era el triunfante Mesías que subió a la cima del arco celeste y tuvo por personificación el león de la tribu de Judá. En ambos casos cargó con la cruz: en uno por humillación y en otro para regular la ley de la creación, siendo él Jehová.
Y luego el autor trata de darnos “la prueba” de que “hubo dos Mesías”, como se dice antes. Y dejando el divino y místico carácter de Jesús enteramente independiente de este suceso de su vida mortal, el pasaje transcrito lo presenta sin duda alguna como iniciado en los misterios egipcios, entre cuyos ritos se contaba el mismo de la muerte y espiritual resurrección del neófito, o sea el Chrestos sufriente en sus pruebas y nuevo nacimiento por regeneración; pues éste era un rito universalmente adoptado.
El “abismo” a que descendía el iniciado oriental, según se ha dicho, era Pâtâla, una de las siete regiones del mundo inferior, gobernada por Vâsuki, el gran “Dios serpiente”. El Pâtâla tiene en el simbolismo oriental precisamente la misma significación múltiple que Skinner ha descubierto en la palabra hebrea shiac aplicada al caso de que tratamos. Era sinónimo del signo zodiacal de Escorpión; porque las profundidades del Pâtâla estaban “impregnadas de la brillantez del nuevo Sol”,representado por el “nuevamente nacido” a la gloria; y Pâtâla era y es en cierto sentido “un abismo, una tumba, el lugar de la muerte y la puerta del hades o sheol”; por lo que, en las parciales y exotéricas iniciaciones de la India, el candidato había de pasar por la matriz de la ternera, antes de proseguir al Pâtâla. En sentido profano, Pâtâla es la región de los antípodas; y así se llaman los indos Pâtâla, al continente americano. Pero, simbólicamente, significa esto y mucho más, y lo relaciona directamente con la iniciación la circunstancia de que a Vâsuki, la divinidad gobernadora del Pâtâla, se la represente en el panteón indo en figura de la misma gran sierpe o Nâga, que los dioses y los asuras emplearon como una cuerda alrededor de la montaña de Mandara para mazar las aguas del océano y sacar de ellas el amrita o agua de la inmortalidad.
Porque es ella también la serpiente Shesha que sirve de asiento a Vishnu, y sostiene los siete mundos. Asimismo es Ananta “el infinito”, el símbolo de la eternidad; y de aquí se deriva “el dios de la Secreta Sabiduría” degradado por la Iglesia al papel de la serpiente tentadora, de Satanás. Todo esto puede evidenciarse por los mismos relatos exotéricos de los atributos de varios dioses y sabios, de los panteones indo y buddhista. Dos ejemplos bastarán para demostrar que el mejor y más erudito orientalista será incapaz de interpretar acertadamente el simbolismo de las naciones orientales, mientras ignore los puntos de correspondencia que sólo puede proporcionar el ocultismo y la Doctrina Secreta. He aquí los ejemplos:
1º El erudito orientalista Emilio Schlagintweit, que ha viajado por el Tíbet, cita una leyenda en una de sus obras sobre este país, y dice:
Nâgârjuna [personaje mitológico “sin existencia real”, según cree el autor] recibió de los nâgas el libro Paramârtha o, según otros, el Avatamsaka. Los nâgas eran fabulosas criaturas del linaje de las serpientes, (iniciados) que pertenecían a la categoría de seres superiores al hombre, y se consideran como protectores de la ley de Buddha. Dícese que Shâkyamuni enseñó a estos espirituales seres un sistema religioso mucho más filosófico que el enseñado a los hombres, quienes no estaban por entonces bastante adelantados para recibirlos (5).
Ni tampoco lo están ahora; porque el “sistema religioso más filosófico” es la Doctrina Secreta, la oculta filosofía oriental, la piedra angular de todas las ciencias, desdeñada aún hoy acaso más que ayer, por los imprudentes constructores, con la presunción propia de esta época. La alegoría significa sencillamente que habiendo las “serpiente” (los adeptos) “los sabios”, iniciado a Nâgârjuna, los brahmanes lo expulsaron de la India temerosos de ver divulgados los misterios de su ciencia sacerdotal (que fue la verdadera causa de su odio al buddhismo); y entonces pasó a la China y al Tíbet, en donde inició a muchos en las verdades de los ocultos misterios enseñados por Gautama el Buddha.
2º No se ha comprendido todavía el oculto simbolismo de Nârada, el gran Rishi, autor de algunos himnos del Rig Veda, que reencarnó más tarde en los tiempos de Krishna. Sin embargo, en conexión con las ciencias ocultas, Nârada, el hijo de Brahmâ, es uno de los más eminentes caracteres; pues, en su primera encarnación, estuvo directamente relacionado con los “Constructores”, y por lo tanto con los siete “Rectores” que, según la Iglesia cristiana, “ayudaron a Dios en la obra de la creación”. Con todo, la referida frase nos lo presenta simplemente como un iniciado, en relación directa con los misterios, “en el abismo entre los abrojos”, en la condición de “Chrestos sacrificial” y como sufriente víctima que desciende allí; ¡un misterio en verdad!
Nârada es uno de los siete Rishis o “hijos de la mente” de Brahmâ. Su historia demuestra que durante su encarnación fue un gran iniciado y que, como Orfeo, fundó los misterios. El Mahâbhârata dice que, habiendo Nârada frustrado el plan formado para poblar el universo, deseoso de permanecer fiel al voto de castidad, fue maldecido por Daksha y sentenciado a un nuevo nacimiento. Además, cuando vivió un tiempo de Krishna, se le acusa de haber llamado “falso maestro” a su padre Brahmâ, porque éste le aconsejó que se casara y él no quiso seguir el consejo. Esto indica que fue un iniciado, pues ello es contrario al culto y religión ortodoxos. Es curioso hallar a este Rishi y caudillo entre los “Constructores” y la “Hueste celestial” con la misma significación y dignidad que el arcángel San Miguel en la religión cristiana. Ambos son los varones “vírgenes” y ambos los únicos de sus respectivas “huestes” que rehusan crear. Dícese que Nârada disuadió de procrear a los Hari-ashvas, los cinco mil hijos que había tenido Daksha con el propósito de poblar la tierra. Desde entonces los Hari-ashvas se “dispersaron por todas las regiones y ya no han vuelto”. ¿Serán acaso los iniciados encarnaciones de estos Hari-ashvas?
Al séptimo día, que era el tercero de la prueba final, resurgía el neófito como hombre regenerado que, después de su segundo espiritual nacimiento, volvía a la tierra glorificado y vencedor de la muerte. Ya era hierofante.
En la obra de Moor titulada Panteón Hindú (cuyo autor toma equivocadamente por Krishna la figura de Vithoba, el Sol o Vishnu crucificado y lo llama “Krishna crucificado en el espacio”), puede verse una lámina representativa de un neófito oriental en su condición de Chrestos. La misma lámina se da también en la Cristiandad monumental de Lundy, quien ha reunido en su obra gran número de pruebas de “los símbolos cristianos antes del cristianismo”, como él dice. Así nos presenta a Krishna y Apolo como “buenos pastores”; a Krishna sosteniendo la concha cruciforme y el chakra, y al mismo Krishna “crucificado en el espacio”, según el autor lo llama. De esta figura puede realmente decirse, como el autor:
Creo que esta representación es anterior al cristianismo... Tiene mucha semejanza con un crucifijo cristiano... El modelado, la actitud, las señales de los clavos en pies y manos, indican origen cristiano, mientras que la corona partha de siete puntas, la carencia de leño y de inri, y los rayos de gloria encima, denotan origen distinto del cristiano. ¿Sería el hombre víctima, o el sacerdote y víctima a la par, de la mitología inda, que a sí mismo se ofreció en sacrificio antes de que existiesen los mundos?
Así es seguramente.
¿Sería acaso el segundo Dios de Platón que se imprimía a sí mismo en el universo en la forma de la cruz? ¿O es su hombre divino, que habrá de padecer azotes, tormentos y prisión para morir por último... en la cruz.
Es todo esto y mucho más. La arcaica filosofía religiosa era universal, y sus misterios son tan viejos como el hombre. El símbolo eterno del Sol personificado (astronómicamente purificado), en su mística significación regenerado, y simbolizado por todos los iniciados en memoria de una humanidad inocente en que todos eran "hijos de Dios"” Ahora el género humano se ha convertido realmente en "hijo del mal"” Pero ¿deprime esto en algo la dignidad de Cristo como ideal, de Jesús como hombre divino? De ninguna manera. Por el contrario. Si se le hace aparecer solo, glorificado sobre todos los otros “hijos de Dios”, esto sólo puede suscitar malos sentimientos en las naciones no cristianas, provocando su odio y conduciendo a guerras y turbulencias inicuas. Si, por otra parte, lo colocamos entre una larga serie de “hijos de Dios” e “hijos de la divina Luz”, cada hombre podrá entonces escoger entre aquellos varios ideales, al Dios que invoque en su auxilio y al que adore así en la tierra como en el cielo.
Fragmentos de DOCTRINA SECRETA
Helena P. Blavatsky
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H.P.B. "Estudios sobre Ocultismo" fragmentos
H.P.Blavatsky
Helena P. Blavatsky
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El origen de todas las religiones, incluso el Judeo-Cristianismo, se encuentra en unas cuantas verdades primitivas, ninguna de las cuales puede explicarse aparte de las demás, ya que cada uno es el complemento de las otras en algún detalle, y todas son más o menos, rayos truncados del mismo Sol de la Verdad, y sus orígenes han de buscarse en los registros arcaicos de la Religión de la Sabiduría, sin cuya luz los más grandes sabios no pueden ver más que los esqueletos de dichas verdades, disfrazadas con la máscara de la fantasía...
Así pues, un espeso velo de alegorías y ficciones, proverbios y parábolas, cubre los textos esotéricos originales, de los cuales fue compilado el Nuevo Testamento.
La creencia en la Biblia "literalmente", y en un Cristo "carnalizado", no durará un cuarto de siglo más. Las Iglesias tendrán que abandonar sus queridos dogmas, o el siglo XX verá la decadencia y la ruina de toda la Cristiandad, y aun la desaparición de la creencia en un Christos como puro Espíritu.
El materialismo craso será la consecuencia y el resultado de siglos de fe ciega, a menos que los viejos ideales que se van perdiendo, sean reemplazados por otros inatacables por ser "universales", y edificados en la roca de las verdades eternas.
¿Por qué han de pretender alguna superioridad los dogmas cristianos, que son la copia perfecta de los que pertenecen a otras religiones exotéricas y paganas?
Apoyados en la autoridad de la Escuela Oriental esotérica, decimos que todo esto vino de los gnósticos, hasta el nombre de Christos, y las alegorías astronómico-místicas, proceden de las escrituras de los antiguos Tanaim.
H.P.B. "Estudios sobre Ocultismo" fragmentos
Desde entonces, el «Varón de Dolores» ha vuelto, tal vez, más de una vez, sin saberlo y ser descubierto por sus ciegos seguidores. Desde entonces también, este gran «Hijo de Dios» ha sido incesante y más cruelmente crucificado diariamente y en cada hora por las Iglesias fundadas en su nombre. Pero los apóstoles, sólo medio-iniciados, no esperan a su Maestro, y no lo reconocen, rechazándolo cada vez que regresa"
H.P.Blavatsky