"Para vivir y desarrollarse, este microcosmos que es el hombre debe permanecer en contacto y en unión permanente con el macrocosmos, la naturaleza; debe intercambiar incesantemente con ella, y a estos intercambios les llamamos vida. La vida no es otra cosa que los intercambios ininterrumpidos entre el hombre y la naturaleza. Si éstos son obstaculizados, sobreviene la muerte. Todo lo que comemos, bebemos y respiramos, es la vida de Dios mismo. No hay nada en el cosmos que no sea vivificado y animado por el Espíritu divino. Todo vive, todo respira, todo palpita y comulga con esta gran corriente que brota de Dios e inunda el universo, desde las estrellas hasta la más diminuta partícula.
El intercambio es la clave de la vida. La salud o la enfermedad, la belleza o la fealdad, la riqueza o la pobreza, la inteligencia o la estupidez, etc..., dependen de la forma en que el hombre realice estos intercambios. Todo es alimento, respiración, intercambios sin fin.
Si el intelecto y el corazón no reciben pensamientos luminosos y sentimientos cálidos de forma correcta, y si no rechazan los pensamientos y sentimientos negativos como se rechaza la ceniza y los desperdicios las personas perecen.
Para ser feliz y vivir plenamente, el género humano debe aprender a realizar correctamente los intercambios y, sobre todo, a abrir su corazón a la naturaleza, a sentir que está ligado a ella, que forma parte de ella. Aquel que abre su corazón a esta corriente divina que atraviesa el universo, realiza el intercambio perfecto, despertándose un nuevo intelecto en él, gracias al cual empieza a captar las cuestiones filosóficas más sutiles.
fragmentos de
Omraam Mikhael Aivanhov
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