Llegaste a mi vida
hace ya varios años y hoy es tal la identificación que tengo contigo, que me
parece que nunca me faltaste y nunca me faltarás.
Eres… ¿cómo diría?,
eres precioso, “una bolita de pelos”, como a veces cariñosamente te llamo.
Pero, tú sabes que eres más, mucho más que eso. Tu “almita” ¡me es tan
familiar!
Cuando pequeño, por
contar algo, recuerdo que jugabas con las sábanas cuando yo hacía las camas o
con la fregona cuando limpiaba, y siempre pensaba: claro, él cree que tienen
vida, no sabe que soy yo quien las mueve, y así comprendí que nosotros los
hombres también somos a veces como ellos, pensamos que se mueven las cosas por
sí solas, sin poder ver ni captar la fuerza, las “manos”, ni la intención que
las mueve.
Sí, Ankor, me
enseñaste muchas cosas, me enseñaste a Amar a los animales, esos “hermanos
pequeños” que Dios ha puesto a nuestro lado, para cuidarlos, para protegerlos,
educarlos y para que volvamos a aprender a amar con la autenticidad y la
ingenuidad de ellos.
Me enseñaste o me
recordaste qué gran familia formamos todos los seres de la Naturaleza; las
piedras, las plantas, los animales, los hombres, los astros, los Dioses y Dios;
Padre de todos.
Me recordaste el
camino recorrido hace tiempo ya y el Amor de mis “amos de ayer” y a los que
seguramente amé y amo profundamente. Me enseñaste que nunca estamos solos, ni
ayer, ni hoy, ni mañana, ni aquí ni allí.
Me enseñaste,
cuando estuve sola con mi pena y mis lágrimas, que Dios estaba muy cerca
tendiéndome una mano, hablándome tras tus ojos expectantes, asombrados, que me
contemplaban casi a punto de llorar también.
Me enseñaste cuán
grande es vuestro amor, vuestra fidelidad, vuestra identificación con vuestros
amos, como si fuerais una prolongación, hasta tal punto que sentís sus penas,
alegrías, sus despedidas y llegadas.
Me hiciste
preguntarme muchas cosas, una de ellas se me ocurrió observando tus múltiples
expresiones, tus gestos, tus caras tan distintas, tus ojos tan sugerentes; me
dije un día, mientras te contemplaba ¿cómo verá Ankor las cosas, cómo nos verá,
qué pensará? ¿O sólo mira y mira?
Todo aquello que
viste, que guardas en la memoria ¿no se borrará? Nuestros recuerdos, ¿no se
perderán algún día?
Hoy sé una cosa, tu
recuerdo no me abandonará y quién sabe, yo presiento que a la vuelta de los mil
caminos de la vida, otra vez te hallaré, no sé que figura tendrás, ni cuál
tuviste, pero te volveré a encontrar una y otra vez, querido Ankor, mi “pequeño
hermano”.
Y quién sabe, si mi
sueño no se hará Realidad, y en algún Mundo maravilloso aún sin plasmar en la
Tierra, seas el Príncipe que alguien imaginó.
Mª D. Villegas
Gijon-1988