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domingo, 22 de enero de 2017

¿En qué consiste la Verdad?


"En el mundo finito y condicionado en el que el hombre se encuentra la Verdad absoluta no existe sobre ningún sujeto; no hay sino verdades relativas sobre las cuales debemos basarnos lo mejor posible.

En todos los tiempos ha habido sabios que alcanzaron la Verdad absoluta y que sin embargo no podían enseñar sino verdades relativas, pues en nuestra raza nadie puede dar a otro la Verdad total y final, que cada uno tiene forzosamente que encontrar por sí mismo y en sí mismo. Dos almas no son idénticas y por eso la luz suprema debe ser recibida por ellas mismas y no por intermedio de otra, según su capacidad. El más grande de los Adeptos no puede revelar de la Verdad universal sino tanto cuanto de ella es posible asimilar. El Sol es uno, pero sus rayos son innumerables, y su efecto es benéfico o maléfico, según la constitución y la naturaleza de las cosas que los reciben. Cuanto más elevada es nuestra conciencia, más podemos impregnarnos de verdad. Pero la conciencia humana es como la flor; puede girar su faz hacia el lejano luminar, las raíces la mantienen unida al suelo y la mitad de su vida se pasa en la oscuridad. Sin embargo, sobre esta misma tierra, cada uno de nosotros puede alcanzar relativamente el Sol de la Verdad y asimilarse los rayos más calientes y más directos, a pesar de la alteración que sufren a través de las partículas físicas del espacio. Hay dos métodos para llegar allí.

Sobre el plano físico podemos emplear nuestro polarizador mental, analizar cada rayo y escoger el más puro. Para alcanzar el Sol de la Verdad sobre el plano espiritual, debemos trabajar de una manera absolutamente seria. Sabemos que paralizando gradualmente los deseos de nuestra personalidad inferior (voces de nuestra alma puramente fisiológica que depende de su vehículo, el cerebro físico) el hombre animal en nosotros puede dar lugar al Hombre espiritual, en este caso, los sentidos y las percepciones espirituales, una vez puestos en movimiento, se desenvuelven simultáneamente; y es esto lo que los Grandes Adeptos, los Yoguis del Oriente, hacen todavía en la actualidad. antes de que pueda llegar a ser dueño de una verdad absoluta, el hombre debe conocerse a sí mismo y obtener las percepciones interiores que no engañan jamás.

El egoísmo, hijo de la ignorancia, es el resultado de la creencia de que para cada niño nacido es creada una nueva Alma, separada y distinta del Alma universal. Este egoísmo forma la gran barrera entre el Yo personal y la Verdad, es la madre de todos los vicios, la mentira nace de la necesidad de disimular, y la hipocresía proviene del deseo de enmascarar una mentira. Es el cáncer que crece, roe y destruye todo de nuestra naturaleza y ese egoísmo es la sola divinidad que no tiene que temer ser renegada por sus discípulos, reina, por consecuencia, en nuestro mundo de conveniencias, en aquel que llamamos mundo respetable.

El egoísmo y la falsedad están en acción por el yo bien amado, hipocresía y falsedad en cada individuo, hipocresía y falsedad en cada nación.


Cada clase de la sociedad está basada sobre una mentira y sin esta mentira caería en ruinas. Los diarios engañan a sus lectores y aun la ciencia ha cesado de presentar los hechos tales como son...

Fuera de cierta condición elevada y espiritual del Alma, por la cual el hombre es uno con el Alma universal, él no puede obtener sobre esta Tierra sino verdades relativas de cualquier religión o filosofía que sea; y aún, si la diosa que se encuentra en el fondo del pozo saliese de su prisión, no podría dar al hombre más de lo que él pudiera asimilar. 

Queremos ser liberales y nos oponemos a la santurronería y a la intolerancia que terminan en el sectarismo.

La Verdad absoluta es el símbolo de la Eternidad, y como ningún pensamiento finito comprende lo eterno, ninguna verdad perfecta podría desenvolverse en ese pensamiento finito.

La Verdad divina no puede descender sino sobre un Alma imparcial, sin prejuicios, lo que raramente se ve en nuestros países civilizados

Un rayo de la Verdad absoluta no podría reflejarse sino en un espejo puro, hecho de su propia llama y esta llama en nosotros es nuestra conciencia más elevada



H.P. Blavatsky - fragmentos

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