Teniendo en cuenta que el año
sideral nace cuando entra el Sol en el equinoccio de primavera, o sea, cuando
el brazo de la gran cruz que pulsa el Sol se halla en el signo de Aries, las
grandes fiestas de exaltación de la pureza, tenían lugar en el mes de marzo,
bajo la advocación de Ares, el ardiente dios de la fuerza y el dominio, el que
da la tónica del vencimiento sobre uno mismo en cuya casa zodiacal se halla la
exaltación del Sol. Los griegos llamaban al mes de marzo, de Elafebolion y las
fiestas de precepto se consagraban al dios Dionisos, personificación mística
del Sol.
En este momento del nacimiento de
la primavera, el lema de identificación con el espíritu solar era de
“regeneración” integral. Las prácticas catárticas y la promesa interior confluían
en esa transmutación de fuerzas en el individuo mismo, que convierten la pasión
en puro y exaltado amor, todo egoísmo en generosidad, toda tristeza o
apagamiento en alegría y esplendor, todo decaimiento en vivificación y salud.
La fuerza recibida del Sol a través del ritual astrológico y de la magia
natural, establecían un eficaz enlace del individuo y del ambiente con el
espíritu solar, donador de vida infinita.
Precedía al simple ritual
luni-solar unos días de ayuno y purificación física, mental y psíquica rigurosa,
con abluciones, vahos, meditaciones y ejercicios idóneos. El ritual biológico
de purificación era completo en esas fechas cruciales y predisponía al
candidato al digno recibo de la ofrenda sideral.
Las leyes que rigen esos cuatro
grandes ritmos derivados de la cruz sideral, son inherentes a la misma
naturaleza humana aunque su raíz brote de lo universal. La humanidad siempre ha necesitado y
necesitará de esos empalmes cíclicos con las fuerzas paternales del universo
del que formamos parte.
En el brazo de Aries, en que se
honraba el nacimiento de la primavera, era costumbre popular, en esas fechas,
cumplir con las purificaciones religiosas, que constituían para todos una gran
medida terapéutica, y celebrar luego el nacimiento natural con banquetes de
amor. En ellos se coronaban los asistentes, mutuamente, de flores y ardían las
hogueras en honor del signo de la exaltación solar. Por su significación
sideral, se exaltaba la adolescencia, la inocencia, la pureza, el entusiasmo, o
posesión divina. Se organizaban procesiones nocturnas con antorchas encendidas,
se danzaban ditirambos, la danza exaltada de la alegría, se cantaban himnos a
Ares y al Sol, a los espíritus del fuego, a todas las hadas que hacen crecer
las flores.
En tanto el pueblo se regocijaba,
fiel a las prescripciones exotéricas de los santuarios, en sus áditos secretos,
en sus criptas de iniciación, tenían lugar las ceremonias mágicas. En ellas, se
ponían en juego, a través de las prescripciones astrológicas, las fuerzas de
los elementos y toda la gama de las vibraciones planetarias y el inmenso
potencial lunisolar.
Josefina Maynade (Los Símbolos y
el Hiero-Logos)
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