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martes, 11 de octubre de 2016

Armonía entre cuerpo y alma

 

El principio fundamentel de la filosofía pitagórica es que todas las cosas son números, o están formadas por números. No debemos caer aquí en la lectura literal de este aserto, como lo han considerado algunos historiadores de la Filosofía. La interpretación aceptable es que las cosas han sido formadas según modelos numéricos (todo ha sido dispuesto según número, peso y medida) De ahí la gran importancia que atribuían a la teoría de los números, y en general a las relaciones cuantitativas de los seres. La Geometría, la Física, la Astronomía, la Música y en general todas las disciplinas científicas presentan una dependencia real de las propiedades aritméticas.

La armonía es la resultante de poner límite a lo ilimitado, de unificar la multiplicidad. La Música constituía la expresión más adecuada de esta simbología de los números. Pitágoras creyó volver a encontrar el "canon musical" en la armonía de las esferas celestes. Los siete astros celestes (entonces conocidos), Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Jupiter y Saturno, debían corresponder a los siete sonidos de la octava, y sus distancias o intervalos debían estar en la misma relación.

Para Pitágoras todo era Orden y armonía. La inteligencia no es sino la armonía del sujeto con el objeto. El mundo entero existe gracias a la armonía, no es sino una armonía, y Dios mismo no es sino la Armonía primera, de lo par y de lo impar, de la unidad y la pluralidad, el Acuerdo en la unidad de las disonancias, diferencias y contrarios.

Los pitagóricos definían al hombre como la armonía de un alma y de un cuerpo. Esta armonía constituía toda la realidad de ambos, puesto que, según decían, ni lo finito ni lo infinito tienen existencia por sí, si existen es en la relación mediante la cual se penetran y se sostienen.

Pitágoras ofrece una fórmula para el discípulo: el "entusiasmo" ("Dios en nosotros"). Ante esa posibilidad de vivir al Dios interior que llevamos, se trasciende el cuerpo, puesto que la conciencia se sitúa en el plano más alto. Desde este "entusiasmo" concebían los pitagóricos el justo valor que se debe otorgar al cuerpo y al alma. Porque si Dios está en nosotros, aunque momentáneamente encerrado en un cuerpo, ese cuerpo tiene un gran valor, porque contiene a Dios, pero el alma tiene un valor mayor aún, porque es ese mismo Dios vibrando. Así pues, la atención se repartían tanto para el cuerpo como para el espíritu. El fin de la filosofía era armonizar el cuerpo y el espíritu, de tal forma que el primero no fuese una traba para captar la esencia del Yo superior humano.

 El Mundo era para los pitagóricos un ser vivo que respiraba. Aspiraba del seno de lo infinito el vacío, el aire necesario para su vida.



Fragmentos de un artículo de Francisco Martin de CUADERNOS DE CULTURA

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